A lo largo de mi vida he conocido a muchas autoridades y funcionarios públicos. Desde presidentes de la república hasta tenientes gobernadores, pasando por congresistas, ministros, defensores del pueblo, fiscales, jueces, alcaldes, regidores, así como viceministros, directores regionales, gerentes y un largo etcétera. Y he visto en muchos de ellos y ellas, una innegable vocación de servicio y compromiso con un trabajo que no siempre se puede realizar en las mejores condiciones.

Pero también he sido testigo de la prepotencia y el abuso de quienes se sienten por encima de la ciudadanía y lo hacen manifiesto cada vez que pueden. Por ello, la denuncia en relación al comportamiento del ministro de trabajo José Villena no es motivo de sorpresa, ya que lo normal es que un alto funcionario exija que se le dé un tratamiento especial, aunque éste violente algo tan serio como los procedimientos de seguridad de un aeropuerto.

Pero aunque para mucha gente el hecho resulte anecdótico, y a pesar de que la principal afectada ha retirado la denuncia -seguramente por temor a represalias-, la falta de Villena no debe ser considerada un asunto menor, que pueda pasar rápidamente al olvido, como seguramente desea el gobierno. La gravedad de la acción del ministro se entronca en una larga tradición de actos similares cometidos por autoridades y funcionarios que siguen creyendo que les debemos pleitesía y respeto, entendido éste último como sometimiento a su voluntad.

Se ha dicho mil veces que es necesario reformar el Estado, y que es necesario establecer una relación distinta de la burocracia con la ciudadanía. Y sólo podremos avanzar en ese sentido, en la medida que todos los peruanos y peruanas sin excepción nos sintamos iguales ante la ley. Quizás esa sea la única forma en la que logremos que actitudes tan prepotentes como la del Ministro de Trabajo, no solo nos generen rechazo e indignación, sino que sean imposibles de aceptar.

Lo mejor que podría hacer el gobierno del presidente Humala es enviar al Ministro a su casa, y exigirle que pida disculpas públicas. Sin duda sería la mejor lección de educación cívica en muchos años. Pero en un gobierno en el que la primera dama, Nadine Heredia, se refirió hace un tiempo sobre otro miembro del gabinete como “Mi ministra”, es poco o nada lo que se puede esperar.

Tomado de lamula.pe