Escena 1: A la salida de una fiesta una pareja pelea. En medio de gritos, el novio zarandea fuertemente a la novia. Varios de los asistentes van a socorrerla y falta poco para que ahí mismo linchen al tipo. Todos quieren llevarlo a la comisaría.

Escena 2: Restaurante caro en Lima. En una mesa una señora con dos niños, una de 4 y otro de 6 aproximadamente, almuerzan. Poco después los dos niños ya no quieren comer, quieren jugar, quieren irse. La señora agarra al mayor de los pelos y le dice que se quede tranquilo. Todos los comensales se vuelven hacia sus platos.

No creo estar describiendo situaciones raras o inéditas. Probablemente hemos presenciado las dos en escenarios diferentes. No pretendo comparar tipos de violencia, sólo resaltar una duda. ¿Por qué no es tan común que alguien se levante y le grite sinvergüenza a la mamá que zarandea a su hijo en la calle y la obligue a ir a la comisaría de inmediato? Justo ayer Rosa María Palacios reflexionaba sobre esa doble moral a la hora de enfrentar diversos tipos de violencia.

El día que me pasó la Escena 2, me quedé helada (la referencia al precio del restaurante es porque quiero dejar muy claro que la violencia no tiene nada que ver con dinero o raza). No supe qué hacer. Cuando volví a mí misma ya estaba fuera del restaurante. Ahora pienso que si me vuelve a pasar yo voy a intervenir pero en ese momento me faltó decisión. Estaba tan chocada pensando en el dolor de ese niño que no pude decir nada. Este artículo lo escribo pensando en ese niñito a quien siempre le pido perdón.

Un niño o niña siendo zarandeado en el supermercado, un niño o niña siendo pellizcado en el almuerzo familiar, un niño o niña recibiendo palmazos porque se perdió en el centro comercial. No me digan que nunca lo han visto. No me digan que en todos esos casos han tenido reacciones ejemplificadoras. Tal vez si reaccionáramos tan rápida y decididamente como lo hacemos si vemos violencia contra un adulto mayor o contra el usuario de una combi, esas escenas no serían tan comunes.

El espacio que tengo es muy reducido para hablar de otras formas de violencia hacia niños. Por ello esta vez me concentraré en el castigo corporal.

El castigo corporal como parte del proceso educativo de un niño o niña es tal vez de las manifestaciones de violencia más comunes que vemos desde el inicio de nuestras vidas. Nuestros padres y abuelos crecieron viendo o viviendo con golpes en la escuela o en casa. Nosotros o hemos recibido algún pellizcón o hemos visto a nuestros amigos o parientes recibiendo algún tipo de golpe cuando éramos niños o adolescentes.

Pegar a un niño o niña con un palo u otro objeto, empujarlo, arañarlo, morderlo, forzarlo a mantenerse en posiciones incómodas, encerrarlo, amarrarlo, forzarlo a ingerir algo, son formas de castigo corporal. Pero también es castigo corporal darle un palmazo, jalarle el pelo o las orejas, pellizcar, zarandear y jalar. No hay excusas. Y tampoco hay grados, así que el palmazo “no tan duro” es tan castigo corporal como el golpe con un palo.

En una escena de la película The Help Minny aconseja a su hija en su primer día como trabajadora del hogar: “(…) y no le pegues a sus hijos. A los blancos les gusta dar sus propios palmazos” (traducción libre de la frase and don’t hit their children. White folks like to do their own spanking). Me quedé pensando en eso. “Ningún tercero le puede pegar a mi hijo. Si alguien le pega soy yo”. Es una rara manera de pensar pero es real. Si la nana lo hace, derechito a la comisaría. Si lo hace la tía, “¡ni más dejes entrar a esa loca!”. Pero si lo hace la mamá o el papá, están educando al hijo malcriado. ¿Por qué? ¿Cuánto más te quiero más te pego? (evidentemente que si yo no le pego, tampoco permitiré que lo haga un tercero).

Creo que los niños necesitan disciplina, pero el castigo corporal no es efectivo. Investigaciones han demostrado de manera consistente que el castigo corporal no genera cambios positivos en la conducta pero sí varias consecuencias negativas. Por otro lado, mucha gente piensa que los “golpecitos” recibidos en su infancia no los traumaron y es más, que en algunas ocasiones fueron merecidos. Tal vez por eso la permisividad hacia este tipo de violencia en el Perú sea de 42% según encuesta del 2009 (sospecho que es más).

A nadie le gusta escuchar de otro cómo criar a sus hijos. Tú no sabes las presiones que el otro enfrenta. Tú no sabes qué hizo ese niño o niña. Quién eres tú para meterte en mi vida. Tienen razón. Pero lo que hay que entender en el tema del castigo corporal es que no tiene nada que ver con una mamá juzgando a la otra. Es un tema de dignidad y derechos fundamentales y en eso tenemos un deber de proteger y promover por ser ciudadanos que formamos parte de un Estado democrático.

Algunas personas me dirán que es bien fácil decirlo ahora que tengo un dulce bebé de un año. Seguramente sí. Si un día rompe un jarrón no me preocupa tanto como si él insulta o trata mal a otra persona. Como no soy perfecta, voy a imprimir esta nota y guardarla conmigo por si en alguna ocasión tenga que recordármelo.

He conversado con papás y mamás de niños y niñas mayores y me dicen que hay situaciones en las que uno tiene que amarrarse la mano porque la paciencia y buena onda se ponen a prueba. Algunos me dicen que hay palmazos y palmazos. Uno de esos papás me dijo algo muy cierto: que cada niño o niña y cada situación requieren una corrección específica. No hay recetas universales y todo depende de la familia. Creo que en eso tiene razón partiendo del supuesto de no al castigo físico.

Pienso en qué pasaría si siento que no puedo controlarme y creo que lo mejor, para mí por lo menos, siempre es alejarme. Irme a otro cuarto 2 minutos y volver un poco más calmada. ¿Qué hacen ustedes en esos momentos en que los hijos o hijas los ponen en situaciones límite? ¿Cómo ejercer disciplina en el día a día cuando dejamos de posar para la foto de la familia feliz?

Creo que lograr que la de nuestros hijos sea la primera generación donde no haya castigos corporales sería una revolución increíble. Y de repente algo cambiaría en el mundo y habría menos violencia, menos maldad. O de repente todo en el mundo sigue igual de violento, quién sabe. Pero por lo menos nuestros hijos y nietos no tendrían que cargar con la triste y chocante imagen que yo o ustedes cargamos de uno o más niños recibiendo un golpe. Y eso ya es bastante.

Por: Ximena Sierralta