Por: Rocío Silva Santisteban

Mi padre me decía siempre que hay personas que nacieron genuinamente estúpidas, pero que otras llegan a serlo tras un largo y difícil proceso de aprendizaje. Acá un ejemplo. Unos jóvenes de un colegio caro de Lima cuelgan en el Facebook una foto de uno de ellos, en una calle oscura, con una joven de minifalda negra, besándose. El comentario de la foto lo dice todo: “X haciendo de las suyas en su pueblo con su chola”. Las reacciones son aún peores que el comentario racista de la leyenda: “cómo me gustaría verte muerto ahorita”, “qué asco”, “das asco, no puedo creerlo, fácil es mi empleada”, “sucio”, “no sé si sentir pena por la chola o por ti, causa”, “tú sí que no discriminas w…”. Incluso la hermana del aludido opina: “te he dicho que pares de pescarte a cholas!!! En serioo!”.

Los jóvenes son jóvenes, pero estos, que estudian en un colegio de 1.500 soles la mensualidad, deberían de llevar, por lo menos, algún curso en el cual sus profesores bien remunerados les enseñen mínimamente a pensar y a reflexionar sobre la estupidez humana. Esa sería una manera de fortalecer el pensamiento crítico y así podrían entender que considerarse ellos mismos superiores por su fenotipo, su belleza o la marca de su reloj es puramente estupidez dura. Otra foto muestra a uno de estos jóvenes junto a una vendedora de caramelos de algún centro comercial de la zona más cara de Lima.

Ella ríe con su sonrisa desdentada, y él, acollerado, se muestra con una capucha pegándosele al cuerpo, como solidario. Falso: solo era para tomarse la foto y pegarla en su Facebook para recibir comentarios como “qué lindos”. Eso ya no es estupidez originaria, es crueldad. Es una sofisticada crueldad aprendida en casa, calle y colegio con mucha sutileza, a partir del supuesto que el joven y bello de ojos verdes, por nacer de esa manera y en alguna maternidad cara de Lima, se percibe como “mejor”, “superior”, “de otro rango”. El clasismo cuando se mezcla con el racismo es un arma letal y vitaminas para crecer más y más estúpido.

Pero hay otro punto: ellos aplican lo que, en algunas investigaciones, he denominado la “basurización simbólica” del otro, es decir, conferir a un ser humano el estatus de desecho. Por eso todas las interjecciones de asco o de repugnancia: ese amigo que ha besado a una “chola” está siendo signado con un estigma, y rechazado por su abyección, pues precisamente lo que pretende el grupo es rechazar esa conducta para fortalecerse como “no cholos”. Me pregunto: ¿es posible que alguno de estos jóvenes conozca que discriminar es un delito? Deberían, si es que, como insisto, pagan una educación de élite.

Sin embargo, no hay interés ni de padres ni maestros en instruir a sus hijos y alumnos en lo que los franceses denominan “pensamiento crítico”. Así podrían ser más justos en lugar de unos ensoberbecidos estúpidos. Más bien aprenden a ser racistas en varios idiomas o con precisión matemática. Lamentablemente luego estos jóvenes se convierten en la DBA y gerencian alguna de las empresas de sus padres. O, peor aún, en ministros de un presidente cholo.