Denisse Chávez
Feminista
Marzo 2017
Empezaré agradeciendo a las iglesias evangélicas y católica por habernos cambiado de rango, de “enfoque” a “ideología”. Es un salto cualitativo, me siento feliz de que estas instituciones retrógradas y conservadoras tengan tanta claridad para aseverar que lo que hacemos las feministas no es trabajar por el enfoque de género sino por la IDEOLOGÍA DE GÉNERO. ¡Qué genial! No se nos ocurrió pensar que el llamado enfoque de género propuesto por la academia (con el que discrepamos en algún momento porque considerábamos que minimizaba las luchas feministas), era una ideología y no precisamente un enfoque.
¡Qué erradas estábamos! Y miren quiénes nos abren los ojos: las iglesias. Dicen que tenemos la influencia para enquistarnos en el poder político e inocular nuestra “ideología de género”. Eso significaría que nosotras hemos cambiado ya las relaciones de poder ¡aleluya! Hemos roto las estructuras del poder patriarcal y ahora rige este nuevo pensamiento.
Qué lejos estamos de ese horizonte. En pleno siglo XXI seguimos evidenciando y cuestionando las formas patriarcales de dominación que aún son aplastantes en cualquier parte del mundo y más en países conservadores como el nuestro, donde las iglesias son un poder de facto en busca de cualquier excusa para rebatir los avances de las luchas feministas.
Eso es la campaña sobre la ideología de género: un proyecto político de las iglesias para derrumbar los cambios que las feministas hemos conquistado. No existen odios, es una estrategia muy bien planificada y desarrollada desde sus instancias matrices con el ingreso a América Latina de todas las iglesias evangélicas provenientes de Estados Unidos. La finalidad primera es embaucar a la gente con sus mensajes de amor y después implementar alianzas con los Estados para hacer retroceder las políticas en favor de los derechos de las mujeres. Su ideario basado en argumentos discriminatorios se mantiene en el tiempo (vuelvan a ver la película Milk),siguen repitiendo que contagiamos, que vamos a quemarnos en los infiernos, que somos el mal de la carne, que estamos exponiendo a la mala vida a nuestros hijos e hijas, que las mujeres que dejan a sus hijos son culpables de todos los males de la sociedad, que les vamos a enseñar a ser homosexuales. Esos mensajes son políticos y construidos socialmente por el patriarcado.
Esa postura transparenta la ideología de las iglesias, porque ellas sí la tienen. Es la ideología del miedo, del terror, de la culpa; atemorizan a los niños, niñas y les hacen vivir una vida llena de incertidumbres y temores.
Por eso considero que las iglesias están en realidad concretando su estrategia política para sostener el patriarcado e impedir que alcemos nuestra voz contra su existencia en nuestras vidas. Y lo hacen porque se sienten amenazadas. Al denunciar lo que llaman ideología de género nos atribuyen un poder de influencia capaz de remover las bases de la opresión patriarcal.
Bueno fuera. El contar con algunos logros no nos pone ni siquiera al tercio de la balanza de lo que aspiramos conseguir. En la práctica tenemos pocos avances que además se centran en el plano formal. La vigencia de unas cuantas normas y políticas no significa necesariamente que las mujeres estemos en posición de igualdad en los espacios públicos y privados: la violencia de género se intensifica, la desigualdad laboral se mantiene con rasgos que no varían hace un siglo, el acceso a la salud de igual forma. Hoy seguimos luchando por demandas que María Jesús Alvarado exigía en su famoso manifiesto de 1911.
¿Ustedes creen que por figurar en el marco de la ley de educación, el derecho a la igualdad y no discriminación se va a cumplir? Yo creo que no. Y es que el sistema educativo adolece de graves obstáculos: uno de los más graves es el currículo oculto que tiene más peso e impacto que cualquiera impulsado oficialmente por el sector. Abundan docentes que no solo profesan una religión sino que la incorporan a su quehacer profesional, con pensamiento machista y conservador que en su interacción con niñas, niños y adolescentes trasladarán sus convicciones culturales cada día, cada mes, cada año. Seguramente cumplirán con las directivas que no ponen en riesgo su sistema de creencias como desarrollar las clases en lenguas originarias, pero ignorarán por completo aquellas referidas, por ejemplo, al reconocimiento de la diversidad sexual de niñas y niños.
Me reconozco feminista, tengo una filosofía feminista, esta es mucho más que un enfoque de género, pero lamentablemente no tenemos aún el poder que los antiderechos nos atribuyen.
Sin embargo su perspectiva y accionar nos plantea varios retos. Primero, desencantar –sacar de ese estado de pasmo- a las personas que siguen a pie juntillas las mentiras que diseminan las iglesias, para que ejerzan su juicio crítico. Segundo, defender nuestro derecho a la igualdad. Y tercero, convencer al gobierno de la importancia de la laicidad del Estado y de garantizar las políticas públicas en favor de la ciudadanía.