-En el Perú, nos hemos acostumbrado a vivir como si los pobres no existieran- denunciaba muchas veces el sacerdote Gastón Garatea, en medio del triunfalismo por las cifras del crecimiento económico.
Su compromiso por los más pobres y por los derechos humanos lo demostró como integrante de la Comisión de la Verdad y presidente de la Mesa de Concertación de Lucha contra la Pobreza. Es por ello que la sanción que el cardenal Cipriani le ha impuesto, prohibiéndole celebrar misa y escuchar confesiones, ha generado tanto rechazo hacia el sancionador y tanta solidaridad hacia el sancionado.
En tiempos recientes, se han hecho frecuentes los casos de hostilización a sacerdotes que optan por los pobres y marginados. Hace algunos años, el periodista Alejandro Guerrero difundió en un reportaje televisivo que el jesuita español Francisco Muguiro era parte de una red terrorista que operaba entre Piura y Jaén. En el 2010, el gobierno de Alan García pretendió expulsar del Perú al inglés Paul McAuley, de la congregación de los Hermanos de La Salle, por sus posiciones ambientalistas. Por entonces, también el pasionista italiano Mario Bartolini fue procesado junto con Giovanni Acate, director de Radio Oriente, la emisora del Vicariato de Yurimaguas, acusados de soliviantar a la población. Recordemos que, cuando todavía era sacerdote, Marco Arana era objeto de seguimiento y reglaje en Cajamarca por la empresa de seguridad Forza.
Ocupar un cargo superior en la Iglesia no representa mayor protección, como puede apreciarse por las amenazas e insultos dirigidos por los trabajadores de Doe Run hacia Pedro Barreto, arzobispo de Huancayo, o las campañas de desprestigio que Correo y otros medios de comunicación han dirigido contra Daniel Turley, obispo de Chulucanas.
En el caso de Garatea, sin embargo, la hostilización no proviene de una autoridad política o los intereses de una empresa transnacional, sino del arzobispo de Lima, el cardenal Juan Luis Cipriani.
Desde que era arzobispo de Ayacucho, Cipriani parecía empeñado en desacreditar a la Iglesia Católica con sus palabras y acciones, respaldando la pena de muerte y mostrando una marcada simpatía hacia el régimen autoritario de Fujimori, al punto que fue su mediador directo durante la crisis de los rehenes.
Ya como arzobispo de Lima sancionó a varios sacerdotes muy queridos como el marianista Eduardo Arens, a quien impuso un año de silencio y el mexicano Jorge García, director de la revista comboniana Misión sin Fronteras, que debió abandonar el país porque en la revista se denunciaban diversas violaciones a los derechos humanos. En la parroquia San Juan María Vianney, en Magdalena, dispuso el retiro de los sacerdotes mallorquíes que allí trabajaban.
En los últimos años, Cipriani ha dirigido sus miras hacia la Pontificia Universidad Católica del Perú, buscando tener directa injerencia en el manejo de los bienes y en la conducción de la Universidad. Es evidente que el ambiente de pluralismo y tolerancia que existe dentro de la PUCP va contra de su forma de pensar. Por eso, ya desde los años noventa sostenía que era necesario “recuperar” la PUCP.
Su autoritarismo y su intolerancia han hecho más que cualquier movimiento anticlerical por poner a prueba la fe de los católicos y lograr que muchos no católicos le pierdan el respeto a la Iglesia. En ese contexto, la sanción a Garatea ha logrado el rechazo de personas muy distintas: católicos que comulgan todos los domingos, ateos militantes y personas que dicen que creen en Dios, pero no en la Iglesia. Todos ellos sienten una gran solidaridad hacia Garatea, porque consideran que, a diferencia de Cipriani, él vive con coherencia el mensaje evangélico.
El argumento de Cipriani para sancionar a Garatea han sido las opiniones de éste en favor de las uniones civiles homosexuales y su sugerencia de que podría revisarse el celibato de los sacerdotes diocesanos… que muchos obispos hacían en los años sesenta. Sin embargo, Cipriani buscaría también golpear a la PUCP, donde actualmente Garatea labora como asesor en temas de responsabilidad social. Esta medida permite que la comunidad universitaria se dé cuenta de lo que haría Cipriani si controla la Universidad.
En mi caso personal, desde la primera vez que hablamos en la localidad puneña de Ayaviri, Garatea me ha transmitido siempre serenidad y compromiso por los más olvidados. Así fue cuando presentamos juntos las conclusiones de la CVR en Huaycán o cuando hablamos en un seminario para universitarios sobre la responsabilidad de ser profesionales frente a la realidad peruana.
El sábado pasado, me encontré con Garatea nuevamente en una actividad cultural. Estaba tan sereno como siempre, sin ninguna intención de retractarse en sus convicciones. Aunque, si quisiera, podría pedir ser trasladado por su congregación fuera de la arquidiócesis, se quedará en Lima.
Entre las diferentes muestras de solidaridad que se están organizando, este miércoles 16, a las 8pm, se realizará un acto público ante la sede de la Nunciatura, en la avenida Salaverry. En tiempos donde los medios de comunicación transmiten tantos ejemplos de cobardía y doblez, resulta estimulante y conmovedor conocer cristianos cuya fidelidad a los valores en que creen, los lleva a la valentía de desafiar a su propia jerarquía.
Tomado de lamula.pe